La Leyenda de la Viuda Alegre
Hace
casi dos siglos, Martín fue a la fiesta del pueblo, ya que sus hermanos
menores le habían insistido que los acompañara. Él era un hombre
bastante reservado que pasaba la mayor parte de su tiempo trabajando.
Llegaron
al sitio de la tertulia y de inmediato los fraternos de Martín
encontraron con quien bailar. Mientras tanto, él se sentó en un rincón y
esperó a que la celebración terminara.
De pronto, se acercó a él una bella mujer delgada de ojos negros y cabello rizado que le dijo:
– ¿Qué haces aquí sólo?
–
Yo solo vine a acompañar a mis hermanos. Las fiestas no me gustan, no
soy ni buen conversador, ni mucho menos un buen bailarín.
– A mí tampoco me gusta bailar, ¿por qué no vamos afuera para charlar un rato? El ruido de la música ya no lo soporto.
Esa
noche la luna estaba espléndida y el clima era bastante agradable. Los
dos empezaron a conversar y luego de un par de horas se besaron.
Súbitamente, la mujer miró al cielo y mencionó:
– Ya es muy tarde, debo irme a mi casa.
– Yo te llevo. Tienes razón, no es bien visto que una mujer soltera esté fuera de su hogar cuando se aproxima la medianoche.
La
mujer aceptó y los dos subieron al caballo de Martín. Sin embargo, el
corcel en el momento exacto en el que la chica se subió en su lomo,
relinchó de una manera como nunca lo había hecho antes.
Luego el sujeto tomó el camino que conducía al pueblo, más la dama le dijo:
– Mi casa está cerca del cementerio, por favor llevarme para allá.
– ¿Qué? Pero si en el camposanto no hay casas. Replicó Martín, aunque obedeció las instrucciones que le habían dado.
En
el preciso instante en el que llegaron afuera del panteón, la mujer
lanzó un alarido de terror. Hay quienes dicen que el grito fue tan
fuerte que pudo escucharse hasta en el rincón más recóndito de Bolivia.
El hombre volteó hacia atrás y quedó horrorizado al notar que la dama se había transformado en un esqueleto andante.
Se trataba de la «Viuda Alegre», un ente que intenta matar de un susto a sus víctimas.
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